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DVARIM 5784

El odio gratuito

El odio gratuito ha sido equiparado en su gravedad a tres transgresiones: la idolatría, las relaciones sexuales indebidas (incesto o adulterio) y el derramamiento de sangre. @ El castigo por el odio gratuito es más duro que el aplicado por las tres transgresiones antes mencionadas. @ El odio gratuito es el móvil de la mayor parte de las transgresiones en las que incurre el ser humano. @ Quienes incurren en el pecado de odiar a sus semejantes tienden a no asumir la responsabilidad por ello y buscan formas de desentenderse de sus deberes públicos. @ El odio gratuito daña del modo más profundo al objetivo para el cual el mundo fue creado y a la misión que HaShem le encargó al ser humano en general y a Su pueblo Israel en particular. @ En la medida que el público manifieste su rechazo por quienes promueven las disputas, los líderes políticos y los periodistas corregirán su proceder.

Si bien resulta tentador teñir al bando opuesto con tonalidades negativas a los efectos de alejar al público de sus ideas y ganar la discusión, además de la mentira que esta actitud implica, el precio moral por este pecado es insoportablemente pesado. Se trata del odio gratuito que destruyó al Templo de Jerusalém. Odio gratuito también contra las cosas buenas del bando contrario.

¿Por qué motivo fueron destruidos el Primer y el Segundo Templo?

Dijeron nuestros sabios: “El primer Santuario ¿por qué fue destruido? Por tres cuestiones que tuvieron lugar en él: la idolatría, las relaciones sexuales indebidas (incesto y adulterio) y el derramamiento de sangre… pero en el caso del Segundo Templo, en el cual los judíos se dedicaban al estudio de la Torá, a la observancia de los preceptos y a los actos de caridad ¿por qué se destruyó? Porque había en él odio gratuito. De esto debes aprender que el odio gratuito equivale en su gravedad a tres pecados: idolatría, relaciones sexuales indebidas y derramamiento de sangre” (Tratado de Yoma 9(B)).

El odio gratuito equivale en gravedad a los tres pecados graves

Esto y más, el pecado del odio gratuito es más grave, y tal como se explica allí en la continuación del texto de la Guemará: “Le preguntaron a Rabí Elazar: ¿Qué pecados fueron peores, los del Primer Templo o los del Segundo? Les dijo: Miren y vean que el Primer Templo fue reconstruido tras setenta años, al tiempo que por causa del odio gratuito el Segundo sigue aun en ruinas”.

Se puede explicar de tres maneras diferentes en orden ascendente de importancia por qué el odio gratuito resultó ser más dañino: 1) En la práctica, la mayoría de los preceptos dependen del amor a las creaturas y del odio gratuito. 2) Si no hay conducta ética (derej eretz), no hay Torá. 3) El odio gratuito evita el apego a HaShem.

1) La mayor parte de los preceptos dependen de ello

En la práctica, la mayor parte de los preceptos con los que el ser humano se topa a lo largo de su vida, se ocupan de cuestiones vinculadas a las relaciones entre el hombre y su prójimo, por ejemplo: la honradez en el trabajo y en el comercio, el robo, la humillación pública, la mala habla, la tzedaká, el préstamo, la devolución de un objeto perdido, el recto dictamen de justicia, decir la verdad etc. De ello resulta que el odio gratuito es el causante de la mayor parte de los pecados en los que el hombre incurre, y el amor a las creaturas es a su vez el móvil de la mayor parte de los preceptos que el hombre cumple. Así es como Rashi explicó lo dicho por el anciano Hilel cuando le dijera al prosélito que quería aprender toda la Torá mientras se sostenía sobre una pierna: “Lo que te resulta odioso, no se lo hagas a tu compañero, esa es toda la Torá” y el resto sigue estudiándolo (Tratado de Shabat 31(A)).

Tal como parece, lo que dijeron nuestros sabios en cuanto a que en el Segundo Templo los judíos se dedicaban también a la realización de actos caritativos, probablemente se refiera a que lo hacían con los miembros de su propio grupo y no con las demás personas.

2) Sin una conducta ética no hay Torá

El odio gratuito expresa la pérdida de la ética, y nuestros sabios dijeron que en ausencia de una conducta ética no hay Torá (Tratado de Avot 3:17), y por ello, la Torá solo fue entregada una vez pasadas veintiséis generaciones, para enseñarnos que “la conducta ética fue anterior a la Torá” (Vaikrá Raba 9:3).

Una persona que está completa en su conducta ética es alguien laborioso en su quehacer que sabe conducirse con su prójimo, y de esa forma participa de la manutención de su familia y del desarrollo del mundo. Sin embargo, quienes incurren en el pecado del odio gratuito, tienden a no asumir la responsabilidad por la manutención de sus familias, engañan a sus empleadores, roban a sus semejantes y encuentran formas de evadir sus responsabilidades para con la sociedad. Una persona así, aunque se dedique a estudiar la Torá, no la comprenderá adecuadamente y se convertirá en una persona malvada que formalmente se conduce dentro de su marco normativo (naval birshut HaTorá). Tal como lo que dijeran nuestros sabios respecto de quien estudia sin pureza de intención y en ausencia de temor al cielo, para alguien así, la Torá estudiada se convierte en «un elixir de la muerte» (Tratado de Ta’anit 7(A), Yoma 72(B)).

Esta persona, aunque desee estudiar Torá con pureza de intención (leshem shamaim), dado que es defectuoso en el ámbito de la ética, no podrá escuchar respetuosamente lo que diga su compañero, humillará a personas de mayor jerarquía y calidad que él, intoxicará a la casa de estudio con malas habladurías, generará numerosos pleitos -al igual que Koraj- y «perderá su mundo».

3) Afecta negativamente a la fe y evita que se manifiesta la Presencia Divina

HaShem le ordenó al pueblo de Israel “ir por todas Sus sendas y apegarse a Él” (Devarim-Deuteronomio 11:22). Asimismo, fue dicho: “Iréis tras HaShem vuestro Dios, a Él temeréis, Sus preceptos cumpliréis, a Él serviréis y a Él os apegaréis” (ídem 13:5). Preguntaron nuestros sabios: «¿Acaso un hombre puede ir tras la Presencia Divina?… Se refiere a que siga a las cualidades del Santo Bendito Sea: así como Él viste a los desnudos … tú también vístelos, así como el Santo Bendito Sea visita a las personas enfermas… tú también visítalas, así como el Santo Bendito Sea consuela a los dolientes… tú también consuélalos, así como el Santo Bendito Sea entierra a los fallecidos… tú también entiérralos” (Tratado de Sotá 14(A)). Sobre esto «Rabí Samlai enseñó: La Torá empieza por una conducta ética, y termina en una conducta ética”. En ese mismo sentido, Rashi explicó: “A Él te apegarás” – apégate a Su conducta: haz acciones caritativas, entierra a los fallecidos, visita a los enfermos, tal como lo hizo el Santo Bendito Sea” (Devarim-Deuteronomio 13:5). En el Sifrei (comentario a Devarim-Deuteronomio 11:22) se escribieron los conceptos que posteriormente citaría el Rambám (Hiljot Deot 1:6) al explicar el precepto de “ir por Sus sendas”: “Así como Él es denominado clemente, tú sé clemente; así como Él es denominado compasivo, tú sé compasivo; así como Él es denominado santo, tú sé santo”.

O sea, HaShem creó un mundo con carencias, y creó al ser humano a Su imagen, la imagen de D’s, para que transite por Sus sendas y sea socio junto a Él en la reparación del mundo. Así como HaShem es clemente y compasivo, bueno para todos y misericorde con todas Sus creaturas, abre Su mano y satisface el deseo de cada ser vivo, de igual manera debe conducirse el hombre, debe ser bueno y prodigar el bien a todas las creaturas. Sin embargo, a veces D’s se revela en el mundo por medio de las cualidades del celo y la venganza, el rigor y el castigo. Sin embargo, cuando nuestros sabios explicaron cómo era posible «transitar por Su senda y apegarse a Él», no mencionaron cualidades como estas, solamente mencionaron atributos benévolos que mantienen o preservan la realidad, pues estas son las cualidades fundamentales, al tiempo que el celo, la venganza y el rigor las acompañan para servir y preservar a los atributos benévolos. Tal como fue dicho: “Pues HaShem reprenderá a quien ama, tal como un padre lo hace con un hijo” (Proverbios 3:12).

Por ello, el odio gratuito daña del modo más profundo al objetivo para el cual el mundo fue creado y a la misión que HaShem le encargó al ser humano en general y a Su pueblo Israel en particular, y por ello la destrucción del Segundo Templo a causa del pecado del odio gratuito es más dura y prolongada que la del Primero. Y así dijeron los sabios: “Los hijos de Israel son especialmente queridos, pues, aunque estén impuros, la Divina Presencia se encuentra entre ellos, tal como fue dicho: ‘Reside con ellos en medio de su impureza’” (Sifrei Parashat Mas’ei 161). Quien no comprende el principio fundamental de que HaShem reside en el seno del pueblo de Israel a pesar de su impureza, expulsa a la Divina Presencia de nuestra nación.

Las disputas indispensables

Aparentemente, cabría pensar que para evitar el odio gratuito es preciso abstenerse de discusiones fuertes, y exigir de todo aquel que piense diferente a uno que renuncie a su idea en aras de la unidad y el amor. Y en caso de que no acepte hacerlo, se le debe acusar de profesar el odio gratuito y promover las disputas. Sin embargo, en realidad, lo correcto es que cada individuo y cada grupo expresen su postura. En primer lugar, porque en numerosas ocasiones todas las ideas tienen algo de cierto, y tras la discusión, quedan en evidencias los aspectos correctos de cada una de las tesituras. Incluso cuando una idea determinada es errada, sigue teniendo algo de útil, porque al debatir con ella, quienes detentan la postura acertada se ven en la necesidad de pulir y refinar sus propias opiniones.

O sea, las discusiones son indispensables y beneficiosas, todo lo que precisamos es enfocar el debate en el tema específico en cuestión y no ampliarlo a otros asuntos. La tentación es grande, porque si creemos que determinada idea es perniciosa, nos ocuparemos de adjudicarle una imagen negativa a quien la detenta, para que los demás no vayan detrás suyo. Y esta actitud cuenta inclusive con cierto tipo de respaldo en las palabras de los sabios, pues ellos nos ordenaron «apartarnos del hombre malvado». Pero sus palabras se referían a personas perversas que resultaba claro que pecaban adrede y cuya intención última era hacer daño o a enemigos acérrimos del pueblo de Israel. Pero cuando se trata de personas cuya intención principal no es hacer el mal y no son enemigas del pueblo de Israel, es nuestro deber no expandir la discusión más allá de lo indispensable y hacer todo lo posible por poner de relieve los puntos que son consensuados para que no lleguemos al odio gratuito, a la división y a las disputas.

La tragedia de las discusiones en el pueblo de Israel

La principal discusión que tiene lugar actualmente en nuestro país gira entorno a la identidad del Estado de Israel, si el sionismo es la continuación del sueño de la redención y su efectivización o una rebelión contra el pasado para poder erigir un país moderno y democrático. La principal expresión de esta disputa tiene lugar en nuestra actitud hacia los árabes. La derecha promueve la obtención de la soberanía sobre Judea y Samaria y entiende que no hay posibilidad alguna de que el enemigo árabe acepte la existencia de Israel como el Estado nacional del pueblo judío, y por ello, únicamente por medio de la continuación del asentamiento judío en estas zonas y una firme lucha contra los árabes es posible avanzar hacia la concreción del sueño sionista y alcanzar la seguridad. Por su parte, la izquierda entiende que los árabes tienen derecho a establecer un Estado nacional propio en la tierra de Israel, y que es posible llegar con ellos a un acuerdo, y de esa manera, evitar la guerra y el derramamiento de sangre. Para concretar este plan, será necesario desalojar a los asentamientos judíos de Judea y Samaria, y de momento, no hacerlos crecer.

La discusión resulta trágica y trasciende cualquier debate común sobre cómo evitar una situación de riesgo de vida, dado que se refiere al riesgo vital de un país entero y a la misión última del Estado de Israel. En este debate, cada bando cree que su contraparte pone en peligro la existencia y el objetivo de la existencia del Estado judío.

El deber recae sobre nosotros

Debemos llevar a cabo esta discusión con el mayor de los respetos, esforzándonos por no expandirlo a temas que no estén vinculados. Por el contrario, debemos ver con buena gana todos los valores importantes y todas las acciones buenas que el otro bando detenta, y a partir de ello evitar caer en el odio y preservar la hermandad necesaria. Si bien resulta tentador teñir al bando opuesto con tonalidades negativas a los efectos de alejar al público de sus ideas y ganar la discusión, además de la mentira que esta actitud implica, el precio moral de este pecado es insoportablemente pesado. Se trata del odio gratuito que destruyó al Templo de Jerusalém. Odio gratuito también contra las cosas buenas del bando contrario.

Mientras prevalezca la paz en el seno del pueblo de Israel

Muchas veces, las personas comunes se sienten frustradas y desean moderar la grieta interna pero los líderes se enfrascan en riñas personales, y los medios de comunicación avivan el odio al resaltar las posturas más extremas y al presentar al rival como una amenaza o como digno de la burla.

Sin embargo, debemos saber que mientras que el público general se refiera de manera respetuosa a quienes detentan la otra postura y no se enfrasque en discusiones ni incurra en el odio gratuito, podrá mantenerse unido en la guerra y el pueblo de Israel seguirá avanzando. En la medida que el público manifieste su rechazo por quienes promueven las disputas, los líderes políticos y los periodistas corregirán su proceder.

Algo similar aprendimos de las palabras de la Guemará en el Tratado de Yomá (9(B)). Luego de que los sabios dicen que el Primer Templo se destruyó “solamente” por efecto de tres pecados: la idolatría, las relaciones sexuales indebidas y el derramamiento de sangre y no por odio gratuito, dijeron: «Pero en el Primer Templo también hubo odio gratuito, y tal como dijera Rabí Elazar ‘comían y bebían unos con otros y se herían mutuamente por medio de las espadas que estaban en sus lenguas’”. La respuesta que dieron fue que, en efecto, los líderes del pueblo de Israel pecaron por odio gratuito, pero el público en general no, y por ello, en la destrucción del Primer Templo, los judíos no fueron castigados por ese pecado.

 

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