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Del Holocausto a la natalidad

  • La memoria del Holocausto debe motivarnos a enfrentar y resistir a nuestros enemigos, y seguir esforzándonos en aras de la construcción del Estado de Israel, como manera de reparar la afrenta y reivindicar el honor de las personas asesinadas.
  • Desde un punto de vista demográfico el pueblo de Israel aun no se ha recuperado de la herida mortal que le infligiera la bestia nazi durante el Holocausto.
  • Por ello, es necesario reforzar los valores familiares y el cumplimiento del precepto de procrear por medio del esclarecimiento en el seno del público general y de la instrucción de los niños en el ámbito educativo.

Solamente aquí, en la tierra de Israel, logramos crecer demográficamente, y en comparación con los demás países occidentales nuestros índices resultan sorprendentes. En la última generación, en todos los países desarrollados tanto económica como científicamente el número de niños por familia está en descenso y la población se está reduciendo. Solamente nosotros, en virtud de nuestro profundo vínculo con el legado judío y con los valores de la familia judía tradicional disfrutamos de un crecimiento demográfico sostenido.

En este día, en el que recordamos a los seis millones de víctimas, a ancianos y ancianas, a padres e hijos, a niños y niñas, cumplimos con el gran precepto de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, cuyo fundamento principal es el de identificarnos con cada uno de nuestros hermanos, los hijos del pueblo de Israel. Cuánto más aun en el caso del Holocausto, en el cual cada una de las víctimas fue asesinada por ser judía, y si nosotros hubiésemos estado allí  también habríamos sido eliminados junto a estas, y por ende, recae sobre nosotros el deber sagrado de recordar a las víctimas de la masacre nazi y dar una expresión lo más magnífica posible a su memoria y a su legado.

Su legado para la construcción de la nación y del país

En virtud de la memoria de las víctimas del Holocausto debemos redoblar nuestro esmero en aras del reforzamiento del Estado de Israel, que es el inicio del florecimiento de nuestra redención, y que se erigió sobre las cenizas de los crematorios. Así como el precepto de recordar a Amalek tiene por finalidad el impulsar a los hijos de Israel a no bajar la guardia ante los posibles embates de sus enemigos, de igual y aun mayor manera, la memoria de lo acontecido durante la Segunda Guerra Mundial debe instarnos a mantenernos firmes en la salvaguardia de nuestro pueblo y nuestra tierra de cuanto pudieren tramar nuestros enemigos y quienes nos odian. A modo de reparación de la humillación que padecieron las víctimas seguiremos esforzándonos en la construcción del Estado de Israel, el cual habrá de crecer y florecer magníficamente, para que todos los judíos y todos los seres humanos sepan que la totalidad de las profecías maravillosas que HaShem le transmitió a Su pueblo habrán de concretarse.

Los huesos secos

En primer lugar, debemos fortalecer al Estado de Israel, reverdecer sus páramos, reunir a las diásporas y enaltecer la dignidad de Israel ante los ojos de los habitantes del mundo.

Durante los años del Holocausto, cuando los nazis alemanes junto a sus colaboradores y simpatizantes de entre los pueblos europeos y árabes asesinaron a seis millones de nuestros hermanos, los malvados del mundo, que por lo general son también nuestros más enconados enemigos, se alegraron al contemplar nuestra debacle. Quienes nos amaban pronunciaron respetuosos discursos fúnebres, y junto con nuestro deceso, lamentaron también la muerte de la fe en la verdad y en el bien. Los grandes movimientos que prometieron la reparación y la redención fueron quemados junto a nosotros en los crematorios. El mundo entero se asemejaba a un valle horripilante repleto de huesos.

De repente, se escuchó la voz de la antigua profecía de Ezequiel: “Me sobrevino la profecía de HaShem: Él me sacó con el Espíritu de HaShem y me hizo pasar en el medio de la llanura, y ella estaba colmada de huesos. Me hizo pasar cerca de ellos en derredor, en derredor… Y he aquí que eran numerosos, mucho, sobre la faz de la llanura, y he aquí que estaban muy secos. Él me dijo: ‘Ser humano, ¿habrán de vivir los huesos estos?’ Dije yo: ‘HaShem Elokim, Tú lo sabes’. Me dijo Él: ‘Profetiza para los huesos estos y habrás de decirles: los huesos secos, oíd la Palabra de HaShem’. Así ha dicho HaShem Elokim a estos huesos: ‘He aquí que Yo voy a traer a vosotros hálito, y viviréis. Y pondré sobre vosotros tendones, y haré crecer sobre vosotros carne, y formaré sobre vosotros piel, y pondré en vosotros hálito, y viviréis. Y habréis de saber que Yo Soy HaShem’. Profeticé como fui ordenado: Hubo sonido cuando hube profetizado, y he aquí: ¡fragor! Y se acercaron los huesos, cada hueso a su articulación. Vi, y he aquí que había sobre ellos tendones, y carne había crecido y se formó sobre ellos piel por encima, empero hálito: ¡no hay en ellos! Él me dijo: ‘Profetiza al hálito, profetiza ser humano, y habrás de decir al hálito: Así ha dicho HaShem Elokim; ¡desde los cuatro vientos, ven hálito e insufla a estos los que fueron muertos y que vivan’! Profeticé como fui ordenado y entró en ellos el hálito y vivieron, y se pusieron de pie sobre sus pies, hueste muy grande, de sobremanera. Él me dijo: ’Ser humano, los huesos estos son toda la Casa de Israel; he aquí que dicen: Se han secado nuestros huesos, se ha perdido nuestra esperanza, truncos estamos’. Por lo tanto, profetisa y has de decirles: ‘Así ha dicho HaShem Elokim: He aquí que Yo voy a abrir vuestros sepulcros, y os haré subir a vosotros desde vuestros sepulcros, pueblo Mío, y os traeré a vosotros a la Tierra de Israel’ (Yejezkel-Ezequiel 37).

El espíritu de esta profecía anidaba en el corazón de los pioneros que aun antes del Holocausto comenzaron a construir el país. A veces, estos esforzados colonos eran vistos como “hijos no exitosos”, empero gracias a su entrega denodada el espíritu de HaShem se reveló por su intermedio. Tal como le dijera HaShem al profeta Yoel (cap. 3): “Y será que luego de ello, derramé Mi espíritu sobre toda carne y vuestros hijos e hijas profetizarán… y haré señales portentosas en el Cielo y en la tierra, sangre fuego y columnas de humo. El sol se tornará oscuro y la luna se teñirá de sangre antes de que arribe el grande y temido día de HaShem”. Ellos entendieron que invocar el Nombre de D’s implicaba regresar a la tierra que HaShem les había prometido a nuestros ancestros. Tal como fue dicho (ídem 3:5): “Y todo aquel que invoque el Nombre de HaShem podrá salvarse, porque en el Monte de Sion y en Jerusalém habrá salvación, tal como dijera HaShem, y para los remanentes que HaShem llame”.

El día de recordación del Holocausto como un día de incentivo a la ampliación de la familia judía

Bajo la inspiración de los días del mes de Nisán que es aquel en el cual fuimos redimidos de Egipto, corresponde canalizar el día del Holocausto hacia un impulso reconstructor, con un marcado énfasis en la vida que las víctimas nos ordenaron que vivamos, y de esa manera enfatizar la importancia  del precepto de procrear, en el espíritu de lo que dice el versículo: “Y pasaré por sobre ti y te veré revolcándote en tu sangre y te diré: por tu sangre habrás de vivir, por tu sangre habrás de vivir” (Yejezkel-Ezequiel 16:6). Obviamente, este era el deseo de los seis millones de víctima: que cada uno de nosotros continúe el camino judío y haga todo lo posible por casarse, tener descendencia y continuar con nuestro legado. De esta manera, se cumplirá con el versículo que dice: “Y será que cuando lo afligieren, así se acrecentaba y así se expandía” (Shemot-Éxodo 1:12). Hete aquí que nosotros escuchamos de cada uno de los sobrevivientes, que con cada nieto y nieta que les nace, sienten que derrotan a los malditos nazis.

Los tristes números

Todavía no nos recuperamos. Antes del Holocausto nuestro pueblo sumaba dieciocho millones de almas, durante la matanza perecieron seis millones, y hoy, ochenta años después, nuestra nación alcanza solamente los quince millones de seres. Durante este período el número de habitantes en el mundo se multiplicó por tres, y nosotros aun estamos heridos en nuestro cuerpo y en nuestra alma. A raíz de los altos índices de asimilación y la escasa natalidad el número de judíos en la generalidad de las comunidades del extranjero se reduce.

Solamente aquí, en la tierra de Israel, nosotros logramos crecer demográficamente, y en comparación con los demás países occidentales nuestros índices resultan sorprendentes. En la última generación, en todos los países desarrollados tanto económica como científicamente el número de niños por familia ha estado en franco descenso y la población se ha reducido. Solamente nosotros, en virtud de nuestro profundo vínculo con el legado ancestral y con los valores de la familia tradicional judía disfrutamos de crecimiento demográfico. Pero, aun así, ello no resulta suficiente para compensar la pérdida terrible sufrida durante la Segunda Guerra Mundial.

A los efectos de reforzar el proceso bendito al que ya asistimos en nuestro país, debemos dedicarnos más a los valores de la familia y al precepto de procrear.

El choque entre la cultura secular y los valores de la familia

Según el enfoque predominante en la cultura secular, la libertad, el principio destinado a conferirle a cada ser humano individual la posibilidad de expresar su personalidad singular, es el más importante de los valores. Por su parte, la familia, es un marco que genera deberes lo cual limita y hasta asfixia. Si bien existe la aspiración natural a formar una familia, en la práctica, esta choca con el enfoque general de la cultura occidental contemporánea. A su vez, los valores de la libertad personal se contradicen con los valores nacionales, ya que el identificarse con una nación, con su legado y sus desafíos resulta ser una atadura angustiante para aquellas personas que consideran que su libertad individual es el centro de su universo.

En virtud de ello, el sistema educativo se ve influido por los valores liberales seculares que promueve el mundo académico y se dedica extensamente a cuestiones vinculadas a los derechos individuales, la tolerancia y la democracia. Estos valores son importantes, pero tal como son presentados desde una perspectiva secular se contradicen con los valores familiares y nacionales. Así, resulta que prácticamente no se da ningún tratamiento ordenado y sistemático a los valores de la familia.

Por ello, es importante estudiar y empoderar los valores familiares que son aquellos que manifiestan las virtudes del amor y la entrega y los ubican en el centro de la vida de las personas. A diferencia de la postura secular que tiende a creer menos en el amor verdadero basado en una entrega ilimitada, es preciso educar y explicar que el ser humano completo es aquel que trasciende los límites de su existencia individual, ama y da de sí, se debe a su familia y a su pueblo y en virtud de ello está comprometido con la reparación del mundo en general. La libertad y la comodidad no son el objetivo último de la vida. Son importantes ya que le otorgan al ser humano la posibilidad de escoger la senda particular que mejor se adapta a su personalidad, pero la elección debe ser por los valores positivos que se manifiestan en el establecimiento de una familia con amor y fidelidad, para de esa manera incrementar la vida y la bendición en el mundo.

Las instituciones educativas

En la absoluta mayoría de las instituciones educativas no se da tratamiento adecuado a los valores de la familia, al amor, a la fidelidad y al precepto de procrear. Tampoco se elogia el desafío implícito en la conformación de una familia numerosa ni se habla de las medidas a tomar para superar las dificultades que pudieran presentarse.

El entorno cultural de la sociedad secular genera una atmósfera en la cual a muchas personas no les resulta cómodo hablar de ello, y por lo tanto, el cuerpo docente, tanto el femenino como el masculino, no educan suficientemente a sus alumnos de cara a la gran tarea de la formación de una familia.

Además del valor intrínsecamente sagrado que tiene el formar una familia, la realidad demuestra que por lo general el estado psíquico y físico de las personas casadas es mejor que el de las solteras, padecen menos de depresión y enfermedades. Corresponde incluir este material en el programa de estudios de los colegios secundarios, de las ulpenot y las yeshivot. Es preciso contarles a los jóvenes que casi todas las personas adultas que no lograron formar una familia numerosa, en momentos de sinceridad, se lamentan por no haberse esmerado en traer al mundo uno o dos niños más, ya que al contemplar la vida desde una perspectiva general, clara y omniabarcante, por lo general saben que la familia es la misión más trascendente para concretar.

Inspirados por el Día de Recordación del Holocausto, corresponde invitar a las instituciones educativas a abuelas y abuelos que tuvieron el mérito de poder formar familias numerosas como forma de consagrar la memoria de las víctimas asesinadas durante la Segunda Guerra Mundial, para que estos cuenten sobre las dificultades que debieron atravesar en aras de la construcción de marcos familiares extensos y lo enormemente satisfactorio que ello resulta.

La definición del precepto de procrear

Nuestros sabios establecieron que es preceptivo casarse hasta a la edad de veinte años, y como muy tarde a los veinticuatro, y así es como se indica proceder a priori en la actualidad (Pninei Halajá, La Alegría del Hogar y Su Bendición 5:7-12).

Existen tres niveles en el cumplimiento de este precepto: 1- Es precepto de la Torá tener un hijo y una hija, y aunque las circunstancias sean difíciles es necesario esforzarse en gran manera a los efectos de cumplir este mandato, incluso recurriendo los procedimientos médicos aceptados tales como la fertilización in vitro. 2- Es preceptivo rabínicamente esforzarse por tener cuatro hijos. 3- El precepto de procrear se cumple con excelencia trayendo al mundo tantos niños como le resulte posible a la pareja, esto es, resulta preceptivo que cónyuges que saben que podrán criar más hijos y educarlos para la Torá, para el cumplimiento de los preceptos y para ser personas de bien tengan todos los hijos que les resulte posible. No obstante, en caso de que sepan que más hijos les generarán una sobrecarga insoportable que les provocará tanto ira como nerviosismo permanente, es mejor que no cumplan el precepto de procrear con excelencia, ya que si bien con cada niño suplementario que tengan estarán observando un mandato, por otra parte, el mal estado anímico resultante los llevará a enojarse y a pecar, lo cual ejercerá una mala influencia sobre sus hijos. Esto y más, personas que deseen orientar sus energías hacia otras actividades valiosas que no habrán de dejarles tiempo para tener más hijos, podrán hacerlo (Pninei Halajá, La Alegría del Hogar y Su Bendición 5:4-6).

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