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El cántico del mar y Tu Bishvat

El cántico del mar (shirat hayam) es la base u origen del decreto según el cual recitamos Halel por toda salvación que le acontece al pueblo de Israel, y es así como sobre la base de esta norma recitamos el Halel en Yom Ha’atzmaut (el día de la independencia) y en Yom Yerushalaim (el día de la reunificación de Jerusalém).

El espacio entre las palabras en el rollo de la Torá expresa la inspiración divina, y dado que el cántico viene a manifestar una idea sumamente elevada, en su escritura, es preciso proveerlo de amplios espacios.

El árbol se asemeja al ser humano en que los dos precisan atravesar por un largo proceso de crecimiento hasta alcanzar la madurez, pero luego, los frutos producidos por ambos son más excelsos que los del resto de las especies.

El pergamino de color blanco que rodea a la letra expresa aquellas ideas elevadas que resulta imposible manifestar, y a partir de este, se devela y presenta ante nuestros ojos la letra de color negro. A partir de aquello que se encuentra por sobre la consciencia, se revelan ante nosotros ideas definidas y cognoscibles. Este es el fundamento de la Torá: su origen es celestial y superior, para luego descender sobre nuestra vida concreta.

Tras el cruce del Mar Rojo, el pueblo de Israel pudo elevarse a un nivel particularmente encumbrado por el mérito de Moshé Rabenu, y en ese estadio de consciencia pudieron entonar junto a su líder un cántico a HaShem. El momento era propicio para ello, ya que el cruce del Mar Rojo fue el sello final de una serie de milagros por medio de los cuales HaShem sacó al pueblo de Israel de Egipto. Entonces, quedó de manifiesto que HaShem es el D’s en el cielo y en la tierra, y con toda Su grandeza, recordó la promesa que había hecho a Abraham, Ytzjak y Ya’akov y sacó a sus hijos, que eran esclavos despreciables en Egipto, a la libertad, para que fueran Su pueblo singular.

Los hijos de Israel alcanzaron entonces un elevado nivel de fe en virtud del cual pudieron entonar un cántico. Dijeron nuestros sabios: «Por el mérito de la fe reposó sobre ellos el espíritu de la santidad y pudieron entonar un cántico, tal como fue dicho ‘y creyeron en HaShem y en Moshé Su siervo. Entonces entonó Moshé y los hijos de Israel este cántico a HaShem‘» (Mejilta DeRashbi Shemot Rabá 22:2). El Maharal explicó que la fe conduce a la alegría, la cual conlleva la capacidad de elevarse y cantar (Guevurot HaShem 5:9). Gracias a esa fe y a ese cántico, pudieron más tarde heredar la tierra prometida (Tanjuma Beshalaj 10).

En el cántico del mar se prometió la resurrección de los muertos

Dijo Rabí Meir (Tratado de Sanhedrín 91(B)) que la fuente que menciona la resurrección de los muertos en la Torá es el cántico del mar, tal como fue dicho: «Entonces entonó (o entonará, ‘yashir’) Moshé y los hijos de Israel este cántico a HaShem». No fue dicho «entonó» en tiempo pasado, sino ‘entonará’ en tiempo futuro – «de aquí que la resurrección de los muertos tiene su origen en la Torá», esto es, en un futuro los hijos de Israel se levantarán y entonarán nuevamente el cántico del mar a HaShem junto con Moshé.

Cabe agregar y explicar, que a raíz de la elevación del pueblo de Israel durante el cántico del mar se reveló la vitalidad del alma, se puso de manifiesto su potencia, que es capaz de sobreponerse a la muerte, y que un alma que tiene la aptitud necesaria para entonar un cántico semejante al D’s viviente no puede morir. Sin embargo, mientras que el mundo permanezca sin ser reparado, el decreto de la mortalidad regirá sobre el ser humano. Pero una vez que alcance la corrección completa, la vitalidad del alma que se reveló en el cántico del mar habrá de derribar todas las barreras, los justos se levantarán de sus tumbas durante la resurrección y entonarán un nuevo cántico a HaShem.

El origen de todas las salvaciones y del Halel (la alabanza) por todas las generaciones

El cántico del mar es la base del decreto por efecto del cual se recita Halel por cada salvación que experimenta el pueblo de Israel. Tal como se explica en el Talmud (Tratado de Pesajim 117(A)), tras el milagro del cruce del Mar Rojo «los profetas de entre ellos establecieron que los hijos de Israel entonasen alabanzas por cada episodio de liberación de cada desgracia que sobreviniese sobre ellos, y cuando sean redimidos, lo habrán de entonarán en honor a su salvación». Rashí explicó que, sobre la base de este principio, los sabios de Israel decretaron en los días del Segundo Templo que se recite Halel en la festividad de Janucá. Asimismo, los sabios puntualizaron que esto se deriva de la expresión que fue dicha en el cántico del mar «Y dijeron diciendo (vaiomrú leemor)» – «Nosotros le diremos a nuestros hijos, y estos a su vez les dirán a los suyos, que entonen un cántico como este cuando les acontezcan milagros» (Shemot Rabá 23:12).

Según esta idea, nosotros le agradecemos a HaShem en Yom Ha’atzmaut recitando el Halel con su bendición correspondiente, pues en ese día nos salvamos de la desgracia del exilio y del sojuzgamiento a poderes extraños, que son aquellos que causaron todas las persecuciones y los asesinatos espantosos que se sucedieron uno tras otro a lo largo de dos mil años, y se cumplió en nosotros la promesa que HaShem formulara de reunir a nuestros dispersos y exiliados de vuelta en nuestra tierra de un modo sorprendente y sin igual. Asimismo, recitamos el Halel en Yom Yerushalaim, día en el cual al pueblo de Israel le fue prodigada una gran salvación bajo la forma de la victoria militar sobre sus enemigos, la cual le permitió liberar el corazón de su país, la ciudad antigua de Jerusalém, y las regiones de Judea y Samaria.

El precio de la omisión en el entonado de un cántico de alabanza y en el recitado del Halel

Es preciso tener sumo cuidado de no pasar por alto la entonación de un cántico de alabanza. Se cuenta que el rey Jizkiahu era un gran justo, tuvo el mérito de reforzar el estudio de la Torá en el pueblo de Israel, y le sobrevinieron días difíciles cuando Sanjeriv el rey de Asiria destruyó todo el reino de Judea y puso sitio a Jerusalém. HaShem obró para él un gran milagro y en una sola noche dio muerte a todo el ejército asirio que sitiaba la ciudad. En ese momento, HaShem quiso hacer de Jizkiahu el Mashíaj, de Sanjeriv Gog y Magog y traer así la redención al mundo. Pero Jizkiahu no entonó un cántico de alabanza, esto es, no recitó el Halel por su redención.

Dijo la cualidad del rigor ante el Santo Bendito Él: «¡Soberano del Universo! Al rey David lo hiciste Mashiaj por haber entonado un par de cánticos y alabanzas ante Ti, a Jizkiahu, por quien obraste todos estos milagros sin que entonase cántico alguno, ¡¿lo vas a coronar como redentor?! En virtud de ello, la cuestión no prosperó». Hubo un gran pesar en todos los mundos, la tierra quiso entonar un cántico de alabanza en lugar del rey judío, el ángel ministerial del mundo quiso argumentar en su favor, pero sus palabras no fueron aceptadas y se perdió la oportunidad de concretar la redención en ese momento. Dijo el profeta: «Ay de mí, ay de mí, ¿hasta cuándo?» (Tratado de Sanhedrín 94(A)).

El espacio existente entre las letras en un rollo de la Torá

Al escribir un rollo de la Torá, el escriba debe tener sumo cuidado de que no se pegue una letra con otra, ya que cada una de estas precisa estar rodeada del color blanco del pergamino, y si dos letras se tocasen o una de estas llegase al final del pergamino, dado que la letra no está rodeada por el pergamino blanco – el rollo de la Torá no será apto para su lectura (pasul).

Entre dos palabras debe existir siempre una separación de un tamaño equivalente al de una letra pequeña, y en caso de que el escriba no lo hubiera dejado, el rollo no será apto para su lectura.

Asimismo, previo al inicio de cada porción de lectura (parashá) el escriba debe dejar un espacio equivalente a nueve letras, y si no lo dejara – el rollo no será apto.

Esta halajá nos insinúa algo: las letras negras expresan todo aquello que nosotros conocemos, entendemos y podemos explicar, por lo que podemos expresarlo en pensamientos a través de la escritura. Sin embargo, existen ideas encumbradas, superiores y sumamente profundas que no es posible expresar con palabras, son tan elevadas que ningún vocablo o letra las puede contener o explicar. Pero al mismo tiempo, sabemos que estas ideas existen e influyen sobre nuestras vidas, y de ellas provienen nuestras comprensiones y nuestros pensamientos. Son (lo que los cabalistas denominan) «la luz envolvente» (or makif).

El pergamino blanco que rodea a cada letra representa estas ideas elevadas que resulta imposible articular, y a partir de este, se revela y manifiesta ante nuestros ojos la letra negra. A partir de aquello que trasciende la consciencia se develan ante nosotros ideas definidas y cognoscibles. Este es el fundamento de la Torá: su origen es celestial y superior, para luego descender sobre nuestra vida concreta. Previo a cada palabra es preciso dejar algo más de espacio que le brinde inspiración, y antes del inicio de cada porción de lectura es necesario que la anchura sea aún mayor, para que la parashá logre revelarse a partir de esta iluminación proveniente del mundo oculto.

Los espacios en el cántico

Existe otro tipo de escritura que tiene grandes espacios entre sus palabras y es el formato del cántico. Hay dos tipos de cánticos (shirá). En el cántico del mar la escritura es «azulejo sobre ladrillo», esto es, en cada renglón el orden de la escritura y los espacios que se dejan son diferentes, de modo tal que bajo toda palabra haya un espacio y bajo todo espacio haya escritura. El segundo tipo de cántico se organiza según el formato de Haazinu (Devarim-Deuteronomio 32), esto es, «azulejo sobre azulejo y ladrillo sobre ladrillo», de modo tal que la escritura se despliegue a ambos lados del renglón en lugares fijos y el espacio se extienda en el medio de las columnas.

De nuevo, según lo que aprendimos el espacio expresa la inspiración superior que rodea o envuelve a nuestro pensamiento desde arriba. Y dado que el cántico viene a manifestar una idea sublime, es preciso que haya espacios numerosos y sistemáticos en la escritura, que expresen la inspiración celestial general que lo origina y motiva. Por ello, el cántico ennoblece al ser humano, pues en su interior se encuentran los espacios de una luminosidad superior que nos escudriña de entre las palabras.

De cara a Tu Bishvat – la diferencia entre los frutos de la tierra y los del árbol

El fruto de la tierra crece rápidamente. Contados meses después de haber sido sembrado o plantado da fruto, y la fuerza natural del suelo se percibe en él más fácilmente. Por su parte, el fruto del árbol atraviesa por un proceso complejo. En los primeros años el árbol precisa crecer y formarse, y luego, en un proceso relativamente prolongado absorbe nutrientes del suelo, los digiere y da sus frutos. Cabe decir que el fruto de la tierra expresa una simpleza básica o elemental, al tiempo que el del árbol manifiesta sofisticación y complejidad, y por lo general, su sabor suele ser más rico, intenso y profundo.

El árbol se asemeja al ser humano en que ambos precisan atravesar por un largo proceso de crecimiento hasta alcanzar la madurez, pero luego, sus frutos son más exquisitos que los del resto de las especies. Tal como en el caso del árbol frutal, que se prohíbe ingerir de sus frutos en los primeros tres años por la ley de la orlá, de igual manera el ser humano debe estudiar Torá y educarse en el cumplimiento de los preceptos antes de comenzar a obrar en el mundo y brindarle de sus frutos.

En un inicio el ser humano debería haber ingerido únicamente frutos del árbol, tal como fue dicho: «de todo árbol del jardín comerás» (Bereshit-Génesis 2:16). E incluso el cereal, que es el principal alimento de hombre, crecía en los árboles, y en opinión de Rabí Yehudá el árbol del conocimiento del bien y el mal era trigo (Tratado de Berajot 40(A)). Por su parte, los animales estaban destinados a comer del fruto de la tierra y de las hierbas.

Tras el pecado, el ser humano descendió en su nivel, y para corregirse precisó de los frutos de la tierra para lograr reparaciones más simples y básicas. Incluso el cereal descendió junto a él y se tornó una hierba del campo. Al ser humano se le encomendó esforzarse y esmerarse para producir su alimento a partir de la tierra: arar, sembrar, cosechar, moler, amasar y hornear, tal como fue dicho: «con el sudor de tu frente comerás pan hasta que regreses a la tierra» (Bereshit-Génesis 3:19). Por medio de este esfuerzo, el ser humano repara sus facetas defectuosas, y en un proceso largo y prolongado, se prepara a sí mismo y al mundo entero para la redención.

Si bien el principal alimento del hombre en la actualidad proviene del fruto de la tierra, los del árbol tienen aun una enorme importancia ya que elevan y mejoran su calidad de vida al tiempo que lo lo conectan a un nivel superior. En un futuro, después de que el mundo sea reparado, el alimento del hombre volverá a ser el fruto del árbol y no tendrá que esmerarse en sembrar su alimento año tras año, tal como dijeron nuestros sabios: «En un futuro el trigo se alzará cual palmera… y no sea que digas que ello tornará difícil su siega (en virtud de la altura de la palmera)… el Santo Bendito Él traerá viento desde sus arcas ocultas y lo hará soplar sobre la palma, de esta se desprenderá la harina refinada, una persona saldrá a caminar al campo y volverá con su mano llena, y de lo que traiga, podrán vivir tanto él como los miembros de su hogar» (Tratado de Ketuvot 111(B)). Sobre la tierra de Israel dijeron: «En un futuro la tierra de Israel dará panes (o tortas) y vestimentas bonitas» (ver Prí Tzadik Tu Bishvat 1).

De esto se desprende que el fruto del árbol posee una cualidad especial, y el de la tierra tiene también su importancia, y por cada uno de ellos es preciso agradecer a HaShem por medio del recitado de una bendición que contiene una redacción especialmente destinada a él. Y a través de esta bendición, la virtud interior de la fruta se efectiviza y manifiesta, y la chispa sagrada en él contenida se revela, incrementando así la bendición en la vida del hombre.

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