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ES MEJOR RECIBIR LA BENDICIÓN POR MEDIOS NATURALES QUE A TRAVÉS DE UN MILAGRO REVELADO

BAMIDBAR 2023

ES MEJOR RECIBIR LA BENDICIÓN POR MEDIOS NATURALES QUE A TRAVÉS DE UN MILAGRO REVELADO

Una abundante bendición que fluye por conductos naturales es preferible al milagro revelado, el cual indica que la situación es mala y despierta el temor de que una posible desgracia podría estarse aproximando.

Ya lo vimos en cuatro de los reyes del pueblo de Israel: David, Asa, Yehoshafat y Jizkiahu – que en la medida en que se confiaron en el milagro aumentó a raíz de ello la envergadura de la desgracia que sobrevino después.

Si bien era el mayor de los orantes y penitentes ante HaShem, el rey David tuvo el recaudo de pedirle a D’s que le concediera las fuerzas necesarias para derrotar a sus enemigos por sus propios medios y los de sus combatientes.

No hubo milagro de salvación mayor que la derrota del rey asirio Sanjeriv. Sin embargo, al igual que en el caso de la tasa de interés que se paga en el mercado negro, si Jizkiahu no ha de tomar todas las medidas necesarias, la gran desgracia llegará indefectiblemente. A pesar de ser un gran justo, en lugar de enfocarse en la reparación de las relaciones entre el hombre y su prójimo y así fortalecer paulatinamente a Yehudá, recibió a la delegación de Babilonia para establecer con ellos un nuevo pacto en contra de Asiria.

 

Hay quienes se equivocan al pensar que los milagros son preferibles, son mejores. En su opinión en la medida en que describamos a la guerra de los seis días como un milagro sobrenatural, mejor. Sin embargo, en realidad la mayor bendición es cuando cumplimos la Torá y sus preceptos y entonces la bendición fluye abundantemente por conductos naturales. Cuando cumplimos con el precepto de habitar la tierra de Israel y nos enrolamos al ejército, logrando así asentarnos en todos sus confines y derrotar a nuestros enemigos. Cuando cumplimos los preceptos vinculados a la familia y logramos formar familia bendecidas, y así sucesivamente en todos los ámbitos del quehacer.

Sin embargo, cuando precisamos del milagro, ello es una clara señal que la situación es grave y debemos temer por la desgracia que está por venir. Cuanto mayor sea la envergadura del milagro más tenemos que temer por una posible desgracia que pudiera sobrevenir. Pues el milagreo es una suerte de préstamo en el mercado negro, cuyo interés sube y sube, y si no resulta posible reparar nuestras acciones de inmediato y regresar en arrepentimiento, la desgracia que se sucede con posterioridad al milagro se intensifica enormemente.

Los cuatro reyes

Así aprendemos en el Midrash: “Hubo cuatro reyes, lo que uno pidió el otro no lo pidió. Y ellos son: David, Asa, Yehoshafat y Jizkiahu. David dijo: “Perseguiré a mis enemigos, los alcanzaré y no regresaré hasta acabar con ellos” – ante lo cual el Santo Bendito Él le ayudó a lograrlo. Luego, el rey Asa se presentó y pidió: “Yo no tengo fuerza como para matarlos, por lo que yo he de perseguirlos y Tú los habrás de matar” – ante lo cual el Santo Bendito Él asintió y los mató. Yehoshafat se presentó y pidió: “Yo no tengo fuerzas ni para perseguir ni para matar a mis enemigos. Por lo tanto, yo habré de entonar un cántico y Tú los matarás” – ante lo cual el Santo Bendito Él asintió y mató a sus enemigos. Jizkiahu se presentó y pidió: “No tengo fuerzas ni para perseguir, ni para matar ni para entonar un cántico. Yo habré de dormir en mi lecho y Tu actúa”. Le dijo el Santo Bendito Él: “Yo actúo”, tal como fue dicho: “Y fue en esa noche que salió un ángel de HaShem e hirió al campamento de Asiria” (Eijá Rabá Petijta 30).

El rey David triunfó sin que medien milagros

El rey David no solicitó milagro alguno. Tras la derrota de Shaúl comenzó a entrenar a los soldados de Israel para que estos pudieran triunfar en el campo de batalla, tal como fue dicho: “Para enseñar a los hijos de Yehudá el uso del arco, he aquí que está escrito en el libro recto (sefer hayashar)” (II Samuel 1:18). El sefer hayashar, el “libro recto” es la Torá en la cual aprendemos que es preceptivo servir en el ejército por el bien del país y su pueblo. El libro de Bamidbar (Números) es llamado el libro de los censos (jumash hapekudim) pues en este son censados los soldados que deben conquistar la tierra de Israel. Por ello el grave pecado de ese libro es el de los espías, cuando temieron luchar por la conquista del país y pidieron que la tierra aprometida fuera conquistada por HaShem de modo milagroso. David fue le mayor de los orantes, pero sus plegarias no incluyeron el pedido de milagros, sino que HaShem le ayude a revelar todas las fuerzas que anidan en su interior por conductos naturales.

Gracias a ello, David salió triunfante en todas las contiendas y sentó las bases del reino de Yehudá e Israel por más de cuatrocientos años.

Asa precisó un pequeño milagro y la desgracia que sobrevino sobre él fue también pequeña

Unos sesenta años después de que David falleciera, luego de que el reino de Israel se escindiera del de Yehudá, el rey Asa gobernó sobre Yehudá. En un comienzo hizo lo recto a ojos de D’s, y cuando comenzó a fortalecerse se alzó contra él el egipcio Zaraj Hacushí (“el etíope”, oriundo de Cush – Etiopía) junto a un numeroso ejército. La situación era de enorme gravedad. “Y entonces Asa clamó a su D’s y dijo: ‘Oh HaShem, ¡para ti no hay diferencia alguna entre ayudar al poderoso o a aquel que no tiene fuerzas!  Ayúdanos, oh HaShem nuestro D’s, porque en ti nos respaldamos, y en tu Nombre venimos contra este ejército. Y HaShem derrotó a los etíopes delante de Asa y delante de Yehudá; y estos huyeron. Y Asa, y el pueblo que junto a él estaba, persiguieron al enemigo hasta Guerar; y los etíopes cayeron hasta no quedar nadie con vida entre ellos, porque fueron quebrados delante de HaShem y de Su ejército, y tomaron un muy grande botín” (II Crónicas 14:10-13). Es así como Asa dijo: “Yo no tengo fuerza como para matarlos, por lo que yo he de perseguirlos y Tú los habrás de matar” – ante lo cual el Santo Bendito Él asintió y los mató.

Este fue efectivamente un milagro, mas no uno grande, ya que Asa persiguió a sus enemigos. Tras la gran victoria ante Egipto, cupo esperar que Asa se fortaleciera y uniera a los reinos divididos de Yehudá e Israel. Sin embargo, cuando se alzaron contra él los reinos de Aram e Israel, en lugar de enfrentarlos duramente y derrotarlos tal como le indicara el profeta Janani, temió, tomó abundantes plata y oro del Templo y con estos sobornó a Aram. El soborno fue efectivo, y Aram comenzó a atacar al reino de Israel y conquistar territorios de su frontera norte, y entonces Basa, rey de Israel tuvo que retroceder de la frontera con Yehudá. En ese momento, el profeta Janani se presentó y rezongó a Asa por no haber confiado en HaShem, ya que si se hubiera fortalecido en su fe podría haber reunificado los dos reinos israelitas. En vez de retornar en arrepentimiento, Asa se enfureció con el profeta y lo encerró en condiciones denigrantes. El reino de Yehudá se vio debilitado, sus tesoros se redujeron y se perdió la oportunidad de unir bajo el reino de Yehudá a todo el pueblo de Israel. Desde entonces, Asa presionó al pueblo, se enfermó en sus piernas y pasados dos años falleció. Tampoco durante su enfermedad le rezó a HaShem, sino que se conformó con dirigirse a sus médicos (II Crónicas 14:16, I Reyes 15:9-24).

He aquí que el milagro que recibiera no le sirvió, sino que le hizo engreírse y pecar, y dos años más tarde padeció una muerte dolorosa.

Yehoshafat

Yehoshafat fue el hijo de Asa y fue por la senda de David, impulsó al pueblo a que estudiara Torá y observara los preceptos, y HaShem estuvo con él, por lo cual logró tener riquezas, honores, un fuerte ejército, y los pueblos de la región le temieron y no lucharon contra él. “Y se animó su corazón en las sendas de HaShem, y quitó las imágenes de Ashera de en medio de Yehudá. Y fue por todas las ciudades de Yehudá para devolver al pueblo a HaShem y para instar a los jueces que juzgaran justamente (II Crónicas 17 y 19).

Pasados unos cincuenta años de luchas y guerras entre los reyes de Yehudá e Israel Yehoshafat tuvo la buena idea de hacer las paces con Ajav, y su hijo Yehoram tomó por esposa a Ataliá, la hija de Ajav e Izebel. Entonces, ambos reyes salían juntos a la guerra contra los enemigos del pueblo de Israel venciéndolos. Sobre ellos dijeron nuestros sabios: “Grande es la paz que incluso cuando los hijos de Israel adoran ídolos, si están en paz entre ellos, es como si D’s dijese: ‘el Satán no podrá tocarlos’ (Sifrei Bamidbar 42).

Sin embargo, Yehoshafat se vio muy influenciado por la casa de Ajav, y comenzó a ser castigado con el debilitamiento de su ejército. Cuando el ejército de Moav subió para luchar contra Yehudá tuvo mucho miedo e instó al pueblo a entonar un cántico de alabanza a HaShem y a rezar para que ocurriera un milagro. Sus plegarias y sus cánticos fueron maravillosos y HaShem los salvó milagrosamente. Por la mañana se dieron cuenta de que durante la noche sus enemigos habáin combatido entre sí y habían huido. Sobre esa guerra, dijo Yehoshafat: “Yo no tengo fuerzas ni para perseguir ni para matar a mis enemigos. Por lo tanto, yo habré de entonar un cántico y Tú los matarás” – ante lo cual el Santo Bendito Él asintió y mató a sus enemigos.

Sin embargo, tal como dijéramos, quien es beneficiario de un milagro debe temer que sobrevenga sobre él una desgracia si no repara de inmediato y de manera contundente el pecado que le hizo precisar la prodigiosa intervención Divina. Previo a su muerte le heredó el reino a su hijo primogénito Yehorám que estaba casado con Ataliá la hija de Ajav, y entregó presentes a sus demás hijos nombrándolos regentes de ciudades fortificadas. Sin embargo, tras fallecer el rey, Yehorám asesinó a todos sus hermanos, los otros hijos de Yehoshafat. Los enemigos atacaron desde todas las direcciones y así el nuevo monarca perdió territorios, la mayor parte de sus hijos murieron a manos de un ejército árabe, y en tres años contrajo una enfermedad vergonzosa y murió en la ignominia (II Crónicas 21). Posteriormente, reinó durante un año su joven hijo Ajaziahu, quien continuó comportándose malvadamente e incluso fue a visitar la casa de Ajav. Fue justo entonces, cuando por orden del profeta Elishá, Yehú se alzó contra la casa de Ajav matándolos a todos, incluido a Ajaziahu rey de Yehudá y su séquito de asesores (II Crónicas 22, II Reyes 8:25-29). Cuando Ataliá escuchó que su hijo había muerto, reinó en su lugar en Yehudá y ordenó asesinar a todos los herederos de Yehoshafat para que no representen una amenaza a su dominio. Así, pocos años después del enorme milagro de la salvación toda la casa real de Yehoshafat fue eliminada. Solamente logró salvarse Yehoash, el hijo más pequeño de Ajaziahu, y de él continuó la dinastía de David (II Reyes 11:1-3, II Crónicas 22:10-12).

Jizkiahu

Jizkiahu reforzó notablemente a Yehudá desde el punto de vista religioso y entendió que por mérito de ello podría triunfar en su rebelión contra el imperio asirio. Los profetas le advirtieron que no lo hiciera, ya que, si bien había logrado fortalecer a Yehudá en lo concerniente a los preceptos del hombre para con D’s, en lo que refería a los preceptos del hombre para con su semejante la situación era muy mala, los ministros y los ricos se desviaron del camino correcto y explotaban a los pobres. Los asirios ascendieron sobre Yehudá para destruir todas sus ciudades fortificadas, cientos de miles murieron en sus manos o fueron vendidos como esclavos. Entonces, Jizkiahu entendió la envergadura del enorme poderío del ejército asirio, y para intentar salvar Jerusalém, se rindió y aceptó pagar enormes sumas de dinero. Para ello reunió todo el oro y toda la plata de sus arcas y de los tesoros del Templo, arrancando las puertas del Santuario para quitarle a estas el oro con el que estaban recubiertas. Los asirios aceptaron el copioso tributo y continuaron sus destrozos por toda Yehudá, ascendiendo a Jerusalém para conquistarla. La situación era desesperada. Jizkiahu clamó a HaShem, y le dijo: “No tengo fuerzas ni para perseguir, ni para matar ni para entonar un cántico. Yo habré de dormir en mi lecho y Tu actúa”. Le dijo el Santo Bendito Él: “Yo actúo”, tal como fue dicho: “Y fue en esa noche que salió un ángel de HaShem e hirió al campamento de Asiria” (II Reyes 18:19).

No hubo una salvación milagrosa más grande que esa. Sin embargo, al igual que la tasa de interés en el mercado negro, si Jizkiahu no ha de reparar de inmediato lo que precisaba ser corregido, una gran desagracia habría de sobrevenir. A pesar de su enorme piedad religiosa, en vez de ocuparse de mejorar las relaciones entre le hombre y su prójimo y de esa manera fortalecer paulatinamente a Yehudá, recibió a la delegación de Babilonia para trabar con esta un nuevo pacto contra Asiria. Entonces, el profeta Yshaiahu anunció que el reino de Yehudá caería a manos de Babilonia y que los descendientes de Jizkiahu serían eunucos en la corte del rey de Babilonia. También su hijo Menashé, a pesar de haber presenciado el gran y formidable milagro se comportó más malvadamente que cualquier otro rey anterior de Yehudá, y en sus días fue sellado el decreto de la destrucción y el exilio de Yehudá.

El valor de los milagros

Los grandes milagros de los que los hijos de Israel fueran beneficiarios en Egipto y en el desierto tenían por objeto revelar los fundamentos de la fe y la Torá, y guiar por su intermedio a los hijos de Israel a tener una vida completa en la tierra prometida, mas no para resolver problemas. Por ello, con el ingreso a la tierra de Israel, los milagros evidentes o revelados dejaron de ocurrir, y nuestra misión es ir por la senda de la Torá y traer sobre nosotros la bendición de HaShem sobre la tierra por conductos naturales.

 

 

 

 

 

 

 

 

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