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La diferencia entre la Torá de la tierra de Israel y la del extranjero

SHELAJ LEJÁ 2023

La diferencia entre la Torá de la tierra de Israel y la del extranjero

El entorno natural en la tierra de Israel apoya el estudio de la Torá, y por eso al vivir en ella no es preciso contar con la ayuda de milagros ni de sobreponerse a las tendencias naturales tal como ocurre en la diáspora.

Los relatos fantásticos sobre judíos que estudiaron Torá en el extranjero no fueron del agrado de mis nietos, ya que los milagros que les ocurren a individuos no sirven de guía para masas de personas que desean ganarse la vida y estudiar Torá.

Creo que resulta necesario que se escriban nuevos relatos sobre el estudio de la Torá tal que se adapten a los judíos que residen en la tierra de Israel.

La descripción de la vida judía en el extranjero refleja una situación que se da a posteriori, de supervivencia en medio de una realidad sumamente difícil. Por el contrario, la vida en la tierra de Israel es a priori. En el extranjero se observan los preceptos a pesar de la situación imperante, al tiempo que en la tierra de Israel la observancia tiene lugar gracias a la realidad circundante. En el extranjero el milagro está en el centro, pues las condiciones naturales resultan inadecuadas para la existencia judía, al tiempo que en la tierra de Israel la naturaleza está en el centro de los acontecimientos pues por su intermedio se revela el Creador del cielo y la tierra.

 

La Torá le fue entregada al pueblo de Israel para que sea estudiada y para que sus preceptos sean observados en la tierra de Israel y de esa manera se pueda traer bendición al mundo entero. Esto es así ya que en la tierra de Israel se pone de manifiesto la Soberanía de HaShem, Su Torá y Su bendición, al grado que nuestros sabios dijeron que todo aquel que reside en la tierra de Israel es como “si tuviese un D’s” (como si fuese un creyente monoteísta) y todo aquel que reside en el extranjero es como si rindiese culto idólatra (Tratado de Ketuvot 110(B)). Por ello, dijeron que el precepto de residir en la tierra de Israel equivale en su importancia a la sumatoria de todos los demás mandamientos de la Torá (Sifrei Reé 80).

Esto y más, la obligatoriedad de los preceptos de la Torá rige principalmente en la tierra de Israel, tal como fue dicho: “Estos son los fueros y las leyes que habréis de cuidar para cumplir, en la tierra que ha conferido HaShem D’s de tus patriarcas a ti para poseerla; todos los días que vosotros vivís sobre la tierra” (Devarim-Deuteronomio 12:11). De todas maneras, en el exilio se nos ordenó observar los preceptos para que no los olvidáramos y los pudiéramos cumplir al regresar a nuestro país, tal como dijeron nuestros sabios en el Sifrei respecto de la porción de “Vehaiá Im Shamo’a”, y tal como lo cita Rashí: “Incluso después de que seáis exiliados, cumplid los preceptos con diligencia, colocaos filacterias, haced mezuzot, para que estos no os resulten novedosos al regresar. Y así es como ha dicho el profeta (Yrmiahu-Jeremías 31:20): ‘Coloca para ti señales’” (comentario de Rashí a Devarim-Deuteronomio 11:18).

La profunda diferencia

En la tierra de Israel observamos los preceptos por su valor intrínseco, al tiempo que en el extranjero lo hacemos para recordarlos cuando regresemos a nuestro país. Si bien resulta claro que el valor de recordar es de suma importancia, al tiempo que incluye un contenido profundo que genera una identificación, de todas maneras, se trata aun de un recordatorio y no de un cumplimiento con un valor propio o intrínseco.

Por este motivo la descripción de la vida judía en el extranjero refleja una situación que se da a posteriori, de supervivencia en medio de una realidad sumamente difícil. Por el contrario, la vida en la tierra de Israel es a priori. En el extranjero, se observan los preceptos a pesar de la situación imperante, al tiempo que en la tierra de Israel la observancia tiene lugar gracias a la realidad circundante. En el extranjero, el milagro está en el centro, pues las condiciones naturales nos resultan inadecuadas, al tiempo que en la tierra de Israel la naturaleza está en el centro de los acontecimientos pues por su intermedio se revela el Creador del cielo y la tierra. “Una tierra que los ojos de HaShem tu D’s están siempre en ella, desde el inicio del año hasta la conclusión del año” (Devarim-Deuteronomio 12:11).

La diferencia entre los relatos del extranjero y los de la tierra de Israel

Recientemente busqué cuentos de amor a la Torá para contarle a niños y a jóvenes en la festividad de Shavu’ot. Para ello, escuché distintas grabaciones y leí varios libros y les he de traer algunos de los relatos a modo de ejemplo.

La historia del comerciante que estableció tiempos fijos para el estudio de la Torá

En la ciudad de Aleppo había muchos sabios y escribas cuya influencia era muy marcada sobre todos los habitantes, todos los cuales eran judíos creyentes, “que se conducían con integridad y actuaban con rectitud”.

Una de estas personas era Rabí Aharón, un hombre justo e íntegro que nunca dejó pasar un día sin estudiar en Torá. Se levantaba temprano por la mañana, rezaba al salir el sol y tras hacerlo se quedaba en la sinagoga para estudiar Jok LeIsrael con el comentario de Rashí, posteriormente estudiaba una hoja de la Guemará y acto seguido un inciso del Shulján Aruj. A eso de las diez de la mañana llegaba a su casa, probaba algún bocado, recitaba el Birkat HaMazón pausadamente -palabra por palabra- y solamente entonces salía de su hogar para hacer sus pendientes y abrir su tienda. Él era un experto en piedras preciosas y en joyas, y sabía a la perfección el valor exacto de cada gema y quiénes podrían estar interesados en adquirirla, pero él en sí pertenecía a la clase media. Su mujer siempre le reprochaba: “¡¿Quién sale de la casa a las diez de la mañana para abrir la tienda?! ¡¿Quién va a venir a comprarte a esa hora?! ¿Por qué no sales en tiempo y ganas como los comerciantes esforzados?” Y él, vez tras vez le respondía: “HaShem, bendito sea, es quien alimenta y mantiene a todo ser vivo, todo está en Sus manos”.

Un día se levantó por la mañana, tal como acostumbraba, tras finalizar sus estudios llegó a su tienda a la hora de siempre, y junto a esta se encuentra un árabe de la tierra de Israel que lleva una gran “lafa” sobre su cabeza. Al preguntarle Rabí Aharón quién era, este le respondió: “Soy de ‘El Jalil’”, que es el nombre árabe de la ciudad de Jevrón. “Hace ya una hora que te estoy esperando, me dijeron que eres honrado, por ello confié en ti y no en otro, entremos por favor. Cierra la puerta, que quiero hablar contigo”.

Rabí Aharón abrió su tienda y los dos entraron. El árabe se quito la “lafa” de su cabeza, se trataba de diez gorras otomanas (tarbush) una sobre la otra, y comenzó a contar. Entre la novena y la décima se encontraba un diamante sumamente valioso y toda la habitación se colmó de luz. “Dime, ¿cuánto vale?”

Rabí Aharón le respondió: “Señor mío, este diamante es muy valioso, vale más de un millón, resultará muy difícil encontrar un comprador que pueda pagarte un precio justo por él. Yo te propongo que me digas dónde te alojas y en el correr del día investigaré, buscaré y veré si encuentro a alguien que desee comprarlo, los presentaré uno a otro y tú me pagarás el uno por ciento a modo de comisión”.

El árabe le respondió: “Está bien, ¡sobre mi cabeza!” Acto seguido devolvió el diamante a su sitio entre la novena y la décima gorra otomana. “Me alojo en el Hotel Fuad” le dijo, “y allí podrás encontrarme”.

Ese día Rabí Aharón estuvo muy ocupado y entre una cosa y otra se olvidó de buscar un comprador para el diamante.

Al día siguiente se levantó como de costumbre, rezó al salir el sol, estudió Jok LeIsrael, Guemará y Shulján Aruj, comió, recitó el Birkat HaMazón y se fue a su tienda. El camino hacia su negocio pasaba por el Hotel Fuad que es donde se alojaba el árabe propietario del diamante. Al pasar, percibió a una multitud que se concentraba alrededor del edificio, se acercó y preguntó el motivo de tal agitación. Le dijeron que un árabe proveniente de Palestina había comido y bebido en el hotel durante todo un mes, que anoche había sufrido un ataque cardíaco por lo que había fallecido. El dueño del hotel llamó a la policía y denunció que el extinto huésped no le había pagado. El oficial investigó y preguntó cuánto le debía, por lo que decidió vender todos los enseres del fallecido en un remate público.

El oficial tomó su vestimenta, el “kumbaz” (túnica), la colgó de un gancho y comenzó a vociferar: “¿quién está dispuesto a pagar por esta prenda?” Uno se paró y dijo: “cinco bishlik”, que es una suma muy insignificante, unos pocos centavos. Un segundo oferente exclamó: “diez bishlik”, un tercero dijo: “quince bishlik”, llegaron luego a veinte bishlik y ya nadie ofertó más. El oficial declaró: “A la una, a las dos, a las tres, ¡el señor se llevó el cumbaz! Pagó el importe y recibió la prenda. Así se fueron vendiendo una tras otras todas sus vestimentas.

Al acabarse la ropa, tomaron sus zapatos, los colocaron sobre el gancho y también fueron vendidos. Al llegar el turno de la “lafa” sucia y manchada, se colgó del gancho y comenzó la venta pública. Rabí Aharón se paró y dijo: “diez bishlik”, otro exclamó: “quince bishlik”, y así las ofertas fueron subiendo hasta que llegaron a los treinta bishlik. No hubo quien ofertase más que Rabí Aharón por lo que fue él quien ganó la puja. El oficial se burló de Rabí Aharón, lo llamó para que viniera a llevarse la gorra extraña y se la colocó en la cabeza. Todos se rieron y aplaudieron, pero como suele decirse, “el que ríe último ríe mejor” … Rabí Aharón pagó y se fue.

Abrió su tienda, entró por donde entró y se paró allí donde se paró, contó las gorras una tras otra y su corazón latía intensamente, al llegar entre la novena y la décima, de repente el diamante quedó ante sus ojos. Este brillaba, iluminando a toda la tienda con un resplandor exquisito.

¡Esta es la fuerza de la Torá! ¡Todo aquel que cumple la Torá en la pobreza finalmente podrá observarla en la riqueza! Es preciso que el individuo tenga confianza en HaShem.

La reacción de los niños

¿Acaso un cuento así es apropiado para la festividad de Shavuot? Para revisar qué reacción generaba, lo conté en mi estudio sabático fijo con mis nietos. Si bien el relato los atrapó, no les gustó. Dijeron que no era posible que de esa manera todos los comerciantes que estableciesen tiempos fijos para estudiar la Torá lograsen enriquecerse. Una de mis nietas llegó a decir que no era justo: “¿Por qué habría el comerciante judío de enriquecerse a costas del árabe en lugar de buscar a sus hijos para entregarles su herencia?” Le expliqué que era muy difícil encontrar a los herederos y ello además resultaría muy peligroso, ya que muy probablemente se tratara de un bandolero que había robado el diamante y que por ese motivo había ido a venderlo lejos de su sitio de residencia etc.).

El motivo por el cual los comerciantes pierden

Además, les conté a mis nietos algo que había oído una vez en una derashá (dosertación) sobre una de las grandes eminencias rabínicas de Polonia que se preguntaba por qué en el pasado los comerciantes eran considerados personas ricas al tiempo que en la actualidad todos se quejan de que les resulta dificultoso ganarse la vida. El rabino explicó que en el pasado los comerciantes solían estudiar Torá o al menos recitar salmos mientras la tienda se encontraba vacía de compradores, y entonces Satán al ver lo que ocurría se amargaba, y enviaba clientes para interrumpirlos en su estudio o en la recitación y de esa manera los dueños de las tiendas se enriquecían. Pero en la actualidad, cuando la tienda está vacía los comerciantes leen periódicos o novelas, y entonces, Satán está conforme y no precisa interrumpirlos enviando clientes.

Este cuento tampoco les gustó a mis nietos, pues de él se desprende que lo mejor es no dedicarse a trabajar laboriosamente sino estudiar Torá y recitar salmos, y que solamente porque Satán no está conforme con ello les envía compradores, y de ese modo, los comerciantes se veíann en la necesidad de enriquecerse. O sea, quien se gana el sustento rectamente es una persona inferior a la cual Satán logra hacer caer en su red. Lo peor de todo es que la vida está gobernada por Satán y no por medio de la Divina Providencia, según la cual si escuchamos la voz de HaShem y observamos Sus mandamientos la tierra habrá de dar su fruto y nosotros nos habremos de enriquecer.

Faltan relatos sobre la tierra de Israel

Tal como parece, tras largos años de exilio nos acostumbramos a los relatos “extranjeros”, en los cuales la realidad nos viene impuesta a posteriori y la vida es posible solo mediante el milagro. Los grandes rabinos de la diáspora deseaban entusiasmar y alentar a sus oyentes, artesanos que de todas maneras trabajaban duramente para obtener su sustento, y para incentivarlos a que establecieran tiempos fijos de estudio de Torá les contaban sobre los milagros que les ocurrían a quienes lo hacían, pero en virtud de las circunstancias, no podían hablarles de la bendición completa que puede traer la Torá. Sin embargo, nuestra misión en la tierra de Israel es dedicarnos al desarrollo del mundo de acuerdo con la Torá y sus preceptos para de esa manera incrementar la bendición en el mundo. Todos los relatos sobre milagros y prodigios pueden llevar al individuo a volverse negligente a la hora de asumir la responsabilidad por su propia vida. Debemos procurar encontrar relatos que nos enseñen cómo por el mérito de la Torá y la observancia de sus preceptos el quehacer se vio bendecido, y la sociedad en su conjunto beneficiada, tornándose mejor y más justa.

 

 

 

 

 

 

 

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