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La imposición religiosa y un estado basado en la Halajá

TERUMÁ 

La imposición religiosa y un estado basado en la Halajá

La oposición del judaísmo a la imposición religiosa es una cuestión de principio, ya que afecta la capacidad de elección del individuo.

El carácter judío del estado debe manifestarse en el fomento de los valores de la Torá y en un florecimiento que traiga la bendición al mundo.

Los castigos y la imposición en cuestiones religiosas pueden dictarse únicamente por medio de un consenso popular masivo, tal como aconteció frente al Monte Sinai y en los demás pactos que los hijos de Israel establecieron sobre la Torá.

Lamentablemente, a raíz de un enfoque generalizado de que la religión judía promueve la imposición en materia religiosa, hay sectores en el público que prefieren el actual sistema judicial a pesar de que con sus dictámenes impone una opinión minoritaria sobre la mayoría de la ciudadanía, y evita que el pueblo de Israel realice su sueño de establecer un estado judío, con la excusa de que actúa como muro de defensa ante una posible coerción.

Uno de los argumentos más duros en contra de la profundización de la influencia de la Torá y la Halajá en el Estado de Israel, y en contra de las necesarias reformas al sistema judicial es que en la medida que se le otorgue más fuerza a la postura de la Halajá, los religiosos impondrán su doctrina sobre el público secular y tradicionalista.

Muy a nuestro pesar, el representante del partido Shas reforzó esta sensación al presentar un proyecto de ley que sanciona con hasta medio año de cárcel a aquellas mujeres que llegasen al Kotel vestidas con mangas de un largo insuficiente. Pasaron demasiadas horas hasta que el proyecto de ley fue descartado. Además, la negativa a establecer un área general (Ezrat Israel) en la sección sur del muro occidental es también una expresión de imposición religiosa.

Cabe preguntarse, ¿acaso según la Halajá es preciso imponer la observancia de los preceptos a aquellos judíos que no están interesados en ello?

El odio a la imposición religiosa

Nuestro maestro y rabino el Rav Tzví Yehudá HaCohen Kuk dijo: “Odio la coerción religiosa. ¿Con qué justificación y con qué honestidad se puede imponer la religión a una persona?”. Así lo explicó en una oportunidad, al apoyar la formación de la “Liga contra la Imposición Religiosa” (estos conceptos fueron recogidos en “Bamaarajá Hatziburit”, publicación dirigida por el Rabino Yosef Bramson, pág. 122).

La oposición a la coerción religiosa es una cuestión de principio, porque afecta la libertad de elección de las personas. D’s creó al ser humano a Su imagen, de lo cual se desprende que le otorgó la libertad de escoger autónomamente entre el bien y el mal, y la coerción religiosa impide que ello ocurra. Por eso, incluso cuando la mayoría de los diputados sean religiosos y deseen manejar el país de acuerdo con la Halajá, si van a ser realmente fieles a la Torá, les estará prohibido imponer la observancia del Shabat, la educación religiosa, la ingestión de alimentos kasher y la censura de la publicación de contenidos heréticos etc.

Tal como veremos a continuación, la imposición religiosa puede aplicarse únicamente por medio de la completa anuencia de la totalidad del público. Un ejemplo de este tipo de consenso es la aceptación generalizada por parte de la ciudadanía que se castigue a los ladrones y a los traficantes de drogas para salvar al público en general de su accionar. De un acuerdo de ese tipo tiene que participar toda la población, incluso los delincuentes antes de que dieren comienzo a su actividad delictiva. De igual manera “se impone la observancia de los preceptos” únicamente después de que la totalidad de la población esté de acuerdo con que resultaría adecuado fiscalizar las transgresiones públicas de las normas religiosas, y este acuerdo tendría lugar en el marco de un evento que revistiría la forma de pacto, en el cual se constituiría un Sanhedrín. A su vez, este Sanhedrín debería también aceptar la imposición de las normas en los lugares públicos, y solamente entonces se podría forzar a los individuos a que ratificasen formalmente esta alianza ya previamente aceptada por todos (la cuestión es más compleja, pero este es su núcleo central).

¿Qué es entonces un estado guiado por la Halajá sin que medie la coerción en materia religiosa?

Entonces, se preguntarán los interesados: ¿Qué ganamos al transformarnos en un estado regido por la Halajá si no vamos a poder castigar a los transgresores ni imponer la observancia de los preceptos?

Un estado regido por la Halajá (Medinat Halajá) es aquel en el cual los valores bíblicos se verían resaltados y potenciados por medio de la ampliación del estudio de la Torá y su profundización. Los valores de la generosidad y la ayuda al prójimo recibirían un refuerzo suplementario bajo la guía de la Torá, a través del apoyo a quienes pudieran aprender un buen oficio, valerse por sí mismo y ganarse la vida, y por medio de la ayuda asistencial a quienes no pudieran mantenerse dignamente por sus propios medios. Un estado así intervendría más activamente en aras de poblar el país a lo largo y a lo ancho, promovería el refuerzo de la identidad judía de nuestros hermanos de la diáspora, así como la inmigración de judíos y su posterior absorción de la mejor manera posible. Se incentivaría el desarrollo de la ciencia, ya que esta es el estudio de “la obra de la Creación” (ma’asé bereshit), y por su intermedio podrían incrementarse el bien y la bendición para toda la humanidad. El estado actuaría en la medida de sus posibilidades para brindar ayuda médica, científica y agrícola a los diferentes pueblos del mundo que se encontrasen en dificultades, así como también promovería el desarrollo de los lazos de amistad con aquellas naciones y sociedades que deseasen la cercanía de Israel.

Cabe destacar con satisfacción, que todos estos valores ya se efectivizan hoy en el Estado de Israel, algunos en un nivel muy alto, y otros, en un grado más bajo, de modo tal que no se trata de un cambio revolucionario sino de la continuación de esta labor con una mayor exactitud e ímpetu. En la medida en que abunden los estudiosos de la Torá según la Halajá, nos reforzaremos en la concreción de estos valores para el esplendor del pueblo judío, la tierra de Israel y el mundo en su totalidad.

Del evento de la recepción de la Torá en el Monte Sinai es preciso aprender que la coerción puede darse solamente por medio de un consenso generalizado

La posibilidad del ejercicio de la coerción depende de que se genere un acuerdo amplio y profundo que abarque a todo el pueblo de Israel. Todos recuerdan la virtud de la nación hebrea que previo a la entrega de la Torá dijera: “primero cumpliremos y luego entenderemos” (na’asé venishmá). No obstante, es preciso prestar atención a la segunda parte del acuerdo, la Torá fue dada en conformidad con nuestra propia voluntad, para enseñarnos que HaShem no desea imponerla sobre el pueblo de Israel. Por ello, HaShem le pidió a Moshé que le preguntara al pueblo si deseaba recibir la Torá, y esta fue entregada solamente después de que todos sin excepción la aceptaron, tal como fue dicho: “Respondieron todo el pueblo al unísono, y dijeron: Todo lo que ha hablado HaShem haremos” (Shemot-Éxodo 19:8). Y nuestros sabios lo interpretaron: “Como un solo hombre con un solo corazón”.

Luego, fue dicho que HaShem pidió consultar al pueblo si estaban interesados en establecer un pacto y recibir la Torá: “Tomó Moshé el libro del Pacto y lo leyó a oídos del pueblo. Ellos dijeron: Todo lo que ha dicho HaShem haremos y aceptaremos” (ídem 24:4-7).

La necesidad de que todos vuelvan a asumir el pacto

Para que quedase completamente claro de que, en efecto, los hijos de Israel estaban interesados en recibir la Torá y sus preceptos, pasados cuarenta años, poco antes de su fallecimiento, Moshé llevó a cabo una acción suplementaria. En las llanuras de Moav, volvió a consultar a los hijos de quienes estuvieron en Sinai si estaban dispuestos a establecer nuevamente el pacto.

Moshé no se conformó con la aceptación de la Torá por parte de las personalidades ilustres del pueblo solamente, sino que el acuerdo de cumplir el compromiso fue asumido por parte de toda la nación, tal como fue dicho (Devarim-Deuteronomio 29:10-11): “Ustedes están hoy todos de pie ante HaShem vuestro D’s, los jefes de vuestras tribus, vuestros ancianos y vuestros guardianes, todo varón de Israel. Vuestros niños pequeños, vuestras mujeres y el extranjero que habita en el seno de tu campamento desde el leñador hasta el aguatero para ingresar al pacto de HaShem tu D’s y a Su advertencia que D’s establece contigo hoy…”

La aceptación del pacto en los días de Yehoshúa y Ezra

Incluso tras el ingreso a la tierra de Israel, en la ceremonia que tuvo lugar entre los montes Guerizim y Eibal, se nos ordenó volver a validar el pacto (Devarim-Deuteronomio 11:29-32, 27:1-26, Tratado de Sotá 37(A)), y así lo hicieron los hijos de Israel bajo el mando de Yehoshúa (Yehoshúa-Josué 8:30-35 y en el cap. 24).

Este pacto requirió de un refuerzo tras la destrucción del Primer Templo. Por lo tanto, cuando los hijos de Israel regresaron del exilio Babilónico volvieron a validarlo (Nehemías 9-10, ver Rambán a Shabat 88(A)), de modo tal que por medio de esta renovación los tribunales volvieron a adquirir sus potestades y entraron en vigor los preceptos vinculados a la tierra de Israel (Talmud Jerosolimitano Tratado de Sheviít 6:1, Talmud Babilonio Tratado de Arajín 32(B), Pninei Halajá Kashrut 12:6).

En resumen

Según la Torá no cabe imponer la observancia de no mediar el amplio y profundo asentimiento de la totalidad de la población.

Y así como en las ocasiones anteriores, cuando a la hora de confirmar el pacto todos los círculos sociales participaron y aceptaron la ley de la Torá, incluidos los leñadores y los aguateros, lo mismo deberá ocurrir en el nuevo pacto a establecerse entre HaShem y el pueblo de Israel, y será necesario que participen de él todos los sectores de la sociedad sin excepción.

Más aún, el curso general que transita el mundo conduce a la redención. Entonces, los preceptos se cumplirán por elección y sin que medie coerción alguna. Por ello, no cabe hablar de imposición religiosa.

Sin embargo, es probable que se dictaminen normas cívicas que pongan de manifiesto los valores singulares de Israel, pero se asemejarán a las prácticas comúnmente aceptadas en el mundo, cada país conforme a sus valores, sin imposición alguna.

Lamentablemente, a raíz de un enfoque generalizado de que la religión judía promueve la coacción en cuestiones religiosas, hay sectores en el público que prefieren el actual sistema judicial a pesar de que con sus dictámenes impone una opinión minoritaria sobre la mayoría y evita que el pueblo de Israel realice su sueño de establecer un estado judío, con la excusa de que actúa como muro protector ante una eventual coerción (ver Pninei Halajá HaAm VeHaaretz 6:1).

Ideas extraídas de la porción del Arca del Pacto y su forma

La porción del Arca contiene siete versículos (Shemot-Éxodo 25:10-16), cuatro de los cuales se ocupan de las varas por cuyo intermedio se transportaba el Arca. Creo que de esto puede aprenderse que el gran desafío que se nos presenta es cómo conectarnos a la Torá, cómo estudiarla y cómo cumplirla, ya que su luz es grande y reverente, y cuando no se aprende cómo recibir su luz y su guía, las cuestiones sacras resultan profanadas, y tal como interpretaron nuestros sabios el versículo “Esta es la Torá que puso Moshé” (Devarim-Deuteronomio 4:44): “Si tuvo el mérito, esta se vuelve para él un elixir de la vida, si no, se torna un elixir de la muerte” (Tratado de Yomá 72(B)).

Otro hecho significativo es que todas las medidas del Arca del Pacto están expresadas en medios codos, “dos codos y medio de largo y uno codo y medio de ancho y un codo y medio de altura” (Shemot-Éxodo 25:10). Un codo completo alude a una virtud entera, pero el medio codo insinúa algo que no tiene fin. Dado que la Torá carece de medida, pues por su intermedio se revela la sabiduría Divina que es infinita, todas sus medidas culminan en medio codo, lo cual alude al hecho de que es preciso aun esforzarse por entenderla, a lo largo, a lo ancho y a lo alto. Tal como dijeran nuestros sabios (Bereshit Rabá 10:1): Todo tiene un final: el cielo, la tierra, pero la Torá no tiene fin, tal como fue dicho: “La tierra es más larga que toda medida y más ancha que la mar” (Job 11:9).

La mesa de la ofrenda del pan alude al sustento

La mesa que se encontraba ubicada en el recinto sagrado del Templo y sobre la cual se colocaba el pan de la ofrenda expresaba el valor del trabajo y el sustento, pues por medio de su labor el ser humano es partícipe junto a D’s en la preservación y el desarrollo del mundo. Su largo y su ancho está expresado en codos completos, y solamente su altura es de un codo y medio, tal como fue dicho: “Y harás una mesa de madera de acacias, dos codos será su longitud y un codo su anchura y un codo y medio su altura” (Shemot-Éxodo 25:23).

Esto viene a insinuar que, si bien la dedicación a la obtención del sustento es muy importante, y por ello es necesario esmerarse en desarrollarla, su largo y su ancho tienen un límite, por lo que no es preciso esforzarse infinitamente en aras de su estabilidad (ancho) ni de su desarrollo (largo). Pero su estatura es un codo y medio, lo cual insinúa que no hay límite para las buenas intenciones que es posible agregar por medio de la dedicación al desarrollo del mundo.

El altar interior

El utensilio que estaba completamente medido en codos enteros es el altar interior, tal como fue dicho: “Un codo de largo y un codo de ancho y su altura dos codos y de él saldrán sus cuernos” (Shemot-Éxodo 30:2). El altar alude al sacrificio y a los rezos que deben ser permanentes y acotados, ya que, de no serlo, el ser humano habrá de confiarse en los milagros y no cumplirá su misión de ser socio junto con HaShem en el cuidado y el perfeccionamiento del mundo. Por otra parte, sus medidas son fijas, para que recordemos siempre, por medio de los rezos fijos, que todo proviene de HaShem.

 

 

 

 

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