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Palabras pronunciadas durante el entierro de Hilel y Yaguel Yaniv, D’s redima su sangre

TETZAVÉ 2023

Palabras pronunciadas durante el entierro de Hilel y Yaguel Yaniv, D’s redima su sangre

Los asesinados Hilel y Yaguel Yaniv, D’s redima su sangre, son santos, y junto a ellos lo son también todos los habitantes que viven en la primera línea de asentamientos.

No regresamos a nuestra tierra para despojar a los árabes de sus casas, pero dado que decidieron alzarse contra nosotros, lucharemos contra ellos y los derrotaremos, siempre en el marco de la ley.

El motivo moral del precepto de erradicar a Amalek se mantiene vigente en nuestros días, en los cuales no sabemos identificar quién es amalekita.

¿Puede la nación de Amalek retornar en arrepentimiento? Y, además, ¿se puede aceptar a un descendiente de esa nación como converso?

 

Es preciso recordar de manera muy especial este precepto porque los judíos somos por naturaleza compasivos y generosos. Numerosos preceptos en la Torá nos educan a estas virtudes y por nuestra propia naturaleza tenderíamos a perdonar a Amalek. Por ello, la Torá nos ordena recordar las acciones perpetradas por Amalek y erradicarlo, y ello nos recuerda que existe el mal en el mundo y que cuando resulta necesario luchar es preciso hacerlo sin concesiones, hasta la completa victoria, procediendo en ese enfrentamiento de acuerdo con la práctica acostumbrada en cada generación. Solamente después de ello podremos reparar el mundo.

 

Las siguientes palabras fueron pronunciadas el pasado lunes 6 de Adar del 5783 en el cementerio militar del Monte Herzl por el Rabino Eliezer Melamed, durante el entierro de Hilel Menajem y Yaguel Ya’akov, hijos del Rabino Shalom y de la Sra. Ester Yaniv, habitantes de Har Berajá:

“Ayer al mediodía fuimos doblemente golpeados. Los hermanos Hilel y Yaguel, rebosantes de energía y vitalidad, fueron asesinados, santificando así el Nombre de D’s. El rabino Shalom, que durante largos años se dedicó amorosamente a la educación juvenil, se transformó en un padre doliente. Esti, que ya pensaba cómo habría de conducir a sus hijos a sus respectivas jupot, se transformó en una madre enlutada.

Nuestros maestros nos enseñaron que todo individuo que muere por ser judío es denominado ‘kadosh’, santo, y tiene asegurada su porción en el Mundo Venidero. Al morir por ser judía, la víctima se despoja de sus ropajes individuales y se inviste en la santidad general de Israel.

Si esto fue dicho respecto de cualquier judío, con certeza que esto es lo que debe decirse respecto de los judíos que residen en la primera línea de asentamientos, y ciertamente que debe decirse también sobre Hilel, quien recientemente concluyó su servicio militar como vicecomandante de una fragata, y sobre Yaguel, que estaba por enrolarse al ejército a una unidad de combate.

En este mundo, ellos fallecieron jóvenes, pero en el mundo de la verdad ellos ascendieron y se consagraron con la santidad de la generalidad del pueblo de Israel, al grado de que ningún ser creado puede resistir la luz de su cercanía.

Al ascender y consagrarse tanto Hilel como Yaguel con la santidad de Israel, junto con ellos lo hicieron también todos los colonos que transitan por esas carreteras.

El destino y la misión del pueblo judío, desde los días de Abraham Avinu y hasta hoy es llevar en alto la insignia de la moral y traer la bendición al mundo. Por ello, en cada generación, los malvados más despiadados luchan contra nosotros.

No volvimos a nuestra tierra para despojar a los árabes de sus casas sino para incrementar el bien y la bendición en el mundo. También los árabes podrían disfrutar de ello. Pero dado que decidieron alzarse contra nosotros, los combatiremos hasta triunfar, siempre en el marco de la legalidad, por medio de las fuerzas armadas y las policiales. Todo aquel que desee contribuir en mayor medida con la seguridad nacional, que se enrole voluntariamente para brindar un servicio significativo en el ejército o en la policía.

Aunque la guerra se prolongue por años o por generaciones, nos mantendremos en pie y a la orden para proteger a nuestro pueblo y a nuestro país. Reverdeceremos los páramos y resistiremos a cualquier enemigo.

Si nos ha de tocar vivir, viviremos, y si hemos de tener que morir, moriremos, y tras nosotros, nuestros compañeros seguirán escalando hacia la cima de la montaña, desafiando toda adversidad y toda hostilidad.

Amados colonos, quién podría contaros cuán grandes son vuestras pequeñas acciones, cuán grande es vuestro heroísmo, cuando, aunque con temor, continuáis viajando por los caminos durante el día y la noche, yendo a trabajar y a estudiar, asistiendo a fiestas y a sepelios, continuáis poblando nuestra sagrada tierra y defendiendo con vuestro cuerpo al pueblo judío y a su país.

Durante dos mil años los judíos murieron santificando el Nombre de D’s en el exilio, vivieron en la humillación y murieron torturados. Distintas religiones y diferentes pueblos pretendieron sustituirnos en nuestro rol histórico arguyendo que el nombre de Israel estaba perdido y que sus hijos ya no regresarían a su patria. Sin embargo, nuestros antepasados continuaron apegados a la fe de que llegará el día en que se cumplan en el pueblo de Israel las profecías de la Torá, y el pueblo judío regrese a su tierra para traer a palabra de D’s y su bendición al mundo entero.

Y hoy, nosotros, que no somos mejores que nuestros ancestros, por el mérito de la entrega abnegada en los días del exilio y por el mérito del sacrificio de todos los sagrados pioneros, tenemos el privilegio de que se cumplan en nosotros las palabras de la Torá: “Y te traerá HaShem tu D’s a la tierra que habían poseído tus padres y la poseerás; y te hará bien y te acrecentará más que a tus padres” (Devarim-Deuteronomio 30:5).

Y también las palabras del profeta: “Así ha dicho HaShem Elokim a las montañas y a las colinas, a los ríos y a los valles, a las ruinas  desiertas y a las ciudades abandonadas que fueron objeto del despojo y de la burla por las demás naciones que habitan en las inmediaciones… haced brotar vuestros pimpollos y dad vuestro fruto a Mi pueblo Israel que pronto habrá de llegar… y multiplicaré sobre vosotras los hombres, toda la casa de Israel, y las ciudades serán habitadas y las ruinas serán reconstruidas” (Yejezkel-Ezequiel 36:4).

En el exilio no pudimos enterrar dignamente a nuestros muertos, un sepelio grande podía generar pogromos. Los judíos enterraban a sus sagradas víctimas en silencio, a escondidas, y lloraban a sus muertos en secreto, preservando viva la llama judía por medio de terribles sufrimientos, procurando que esta no se extinguiese. Hoy, tenemos el privilegio de poder enterrar a nuestras sagradas víctimas en un acto oficial en el Monte Herzl, con la participación de ministros y diputados.

¡Felices de nosotros que poseemos un país y un ejército! Con la ayuda de D’s y por medio del ingenio y la valentía de nuestros comandantes y nuestros soldados podremos enfrentar a nuestros enemigos, continuar construyendo el país y reverdeciendo sus desiertos.

En este mundo, Hilel, Yaguel y todas las personas santas enterradas en esta montaña se ven como muertas, pero en el mundo de la verdad están muy vivas. Los niños y las niñas que juegan felices en todo el país lo hacen por su mérito. Los casamientos que se celebran y los partos que se efectúan – son por su mérito, la Torá y la labor que se lleva a cabo en todo el país – es por su mérito. Al morir santificando el Nombre de D’s se conectaron a la fuente de la vida y sumaron vitalidad a todo el pueblo de Israel.

“Ojalá de Sion salga la salvación de Israel, cuando HaShem haga regresar del cautiverio a Su pueblo, se regocijará (yaguel) Ya’akov, se alegrará Israel”” (Tehilim-Salmos 14:7).

Ilan Ganeles, D’s redima su sangre

Un día después fue asesinado Ilan Ganeles, un talentoso y brillante joven judío de los Estado Unidos. Hizo aliá y se voluntarizó al ejército para servir a su pueblo, posteriormente volvió a los Estados Unidos para estudiar en la universidad de Columbia, una de las mejores del mundo, y murió mientras realizaba una visita a nuestro país.

En su cuenta de Twitter, Ilan posteó una frase que explica de un modo sencillo y brillante por qué la tensión en el Medio Oriente perdurará por siempre: “De un lado hay personas que quieren matar judíos, y del otro, los judíos no quieren morirse, y ninguno de los bandos está dispuesto a ceder”.

Conceptos similares expresó en su momento nuestra primera ministro Golda Meir, de bendita memoria: “Si los árabes depusiesen sus armas, no habría más guerras. Si Israel depusiese sus armas, no habría más Estado de Israel”.

La erradicación de Amalek

Dicho esto, pasemos a explicar el precepto de “Recuerda lo que te hizo Amalek” que habremos de cumplir este próximo Shabat.

Amalek es el peor de los enemigos del pueblo de Israel y de la humanidad, ya que se trataba de un pueblo que no se dedicaba a la agricultura o a los oficios sino que entrenaba a sus jóvenes para atacar por sorpresa aldeas y caravanas, matar a quien se les pusiese delante, saquear sus pertenencias y vender a los hombres, mujeres y niños que sobreviviesen como esclavos. Resultaba difícil luchar contra ellos porque carecían de una ubicación fija, aparecían de repente, provenientes de un sitio muy distante, con una fuerza numerosa y atacaban. El daño que infligían era tremendo, las áreas de pastoreo y los terrenos agrícolas quedaban abandonados por el temor a sus ataques.

Pero como siempre, los peores de entre los malvados se ensañan especialmente con el pueblo de Israel. Fue así como inmediatamente después que los hijos de Israel salieron de Egipto, estando aun cansados y extenuados por los vaivenes del camino, los amalekitas los atacaron. En lugar de prestar atención a la dimensión del milagro ocurrido en suelo egipcio, o compadecerse de aquellos esclavos que acababan de liberarse, los amalekitas vieron ante sus ojos la oportunidad de despojar a una víctima fácil, y aprovechando la debilidad del pueblo de Israel, comenzaron a atacar a los que marchaban últimos en el extremo de la formación para lucrar con la venta de los prisioneros como esclavos y del botín producto del saqueo.

Incluso después de que Yehoshúa, por encargo de Moshé Rabenu, luchara contra ellos y los derrotara, resultaba claro que no se trataría de la última batalla, y que cada vez que la nación israelita exhibiese señales de debilidad los amalekitas habrían de atacar para asesinar, saquear y secuestrar.

La lógica moral del precepto resulta clara, corresponde hacer con Amalek aquello que ellos hacían con las ciudades que eran objeto de sus ataques. Este principio resulta indispensable a los efectos de generar disuasión, ya que quien cede antes sus enemigos y no se venga de estos de un modo proporcional a su accionar, los incita a volver a atacarle. Los grandes imperios castigaban duramente a quienes se interponían en su camino y en sus planes, y de ese modo generaron una disuasión que mantuvo en pie a sus reinos durante varias centurias.

El significado para nuestros días

Según la tradición de nuestros maestros, Amalek desapreció del mundo, y por ello, en la actualidad no hay nación o individuo alguno sobre quienes recaiga la definición de amalekita. Pero aun estamos obligados a recordar el precepto y a no olvidarlo, en virtud de la idea moral que este mandamiento encierra.

Es preciso recordar este precepto de manera muy especial, ya que los judíos somos naturalmente compasivos y generosos. Numerosos preceptos de la Torá nos educan en el cultivo de esas virtudes. Naturalmente, tenderíamos a perdonar a Amalek. Por ello, la Torá nos ordenó recordar las acciones de Amalek y erradicarlo, para que de ese modo recordemos que existe el mal en el mundo, y que cuando es preciso luchar contra él ello debe hacerse sin concesiones hasta la victoria final, según los estándares aceptados en cada generación. Solamente después de ello podremos reparar el mundo.

Los amalekitas pueden retornar en arrepentimiento

Si bien la Torá nos ordenó borrar la simiente de Amalek de la faz de la tierra, en caso de que uno de sus descendientes decidiese aceptar cumplir los siete preceptos de los hijos de Noaj, perderá entonces su estatus de amalekita. Esto y más, la Torá nos ordenó que antes de salir a la guerra contra Amalek les ofrezcamos una solución pacífica por efecto de la cual acepten observar los siete preceptos de los hijos de Noaj y se sometan al gobierno israelí. En caso de que aceptaren – no se luchará contra ellos. Si no lo hicieren – se los habrá de combatir hasta acabarlos (Rambám Hiljot Melajim 6:1-4, Kesef Mishné ídem).

A diferencia de la postura nazi, los amalekitas pueden salvarse retractándose de su legado por medio de la aceptación de las normas éticas de los preceptos de las naciones. Ese derecho ampara a cada amalekita de manera individual, a cada familia por separado e incluso a todo esepueblo como una sola unidad.

El modo ideal de observar el precepto de erradicar a Amalek es que hagan teshuvá, que retornen en arrepentimiento. Si no lo hacen, hay un camino también válido a priori, y es el de erradicarlos por medio de la guerra.

En la práctica, el precepto se ha cumplido a posteriori, ya que con el correr de los años sus descendientes se esparcieron y mezclaron entre las naciones, perdiéndose todo rastro de su origen, por lo que desapareció el estatus de Amalek sin que se sus hijos se hayan arrepentido.

¿Se permite aceptar a un converso proveniente de Amalek?

Los juristas halájicos debatieron respecto de si se aceptan o no conversos descendientes de Amalek. Según el Rambám, un amalekita puede convertirse al judaísmo (Hiljot Isurei Biá 12:17). Por ello, los descendientes de Hamán se convirtieron y enseñaron Torá en Bnei Brak.

Por otra parte, están los que entienden que no se aceptan conversos de Amalek, y esta es la opinión de Rabí Eliezer en la Mejilta (en el final de la porción de Beshalaj). Él sostiene que ‘D’s juró por Su trono sagrado que si un amalekita habrá de acudir a convertirse no se lo habrá de aceptar’. Y lo que dijeron nuestros sabios respecto de que los descendientes de Hamán enseñaron Torá en Bnei Brak, ello ocurrió a causa de un error, ya que el tribunal de conversión no sabía que el candidato a prosélito era de la simiente de Amalek y por ese motivo fue aceptado, y una vez que lo hicieron ya no lo rechazaron (Yeshuot Malkó).

Asimismo, es posible que, en un inicio, un amalekita se haya asimilado a otra nación y después de que perdiera el estatus de miembro de Amalek acudiera a convertirse, y así uno de sus descendientes haya enseñado Torá en Bnei Brak (Jida).

Es también posible que estos maestros de Bnei Brak tengan ascendencia amalekita en virtud de que uno de los descendientes del malvado Hamán hubiese violado a una chica judía, por lo que el hijo resultante haya sido considerado judío, y posteriormente, de este hayan nacido descendientes que enseñaron Torá en Bnei Brak (ver Pninei Halajá Zmanim 14:8,10).

 

 

 

 

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